Una triste historia


La que voy a narrar es una historia real, por muy disparatados que puedan parecer al lector los hechos que en ella se relatan; es aleccionadora, pues nos enseña las crueles consecuencias de la más flagrante de las injusticias. 
Me llamo Manuel Gago Quesada y soy hijo del genial guionista y dibujante de tebeos que llevó a cabo su trabajo artístico desde 1944 hasta 1980, año en que falleció a los 55 años de edad. 
Don Manuel Gago García nació en Valladolid el 7 de marzo de 1925, hijo del matrimonio formado por Doña Amparo García Pérez y Don Manuel Gago Bataller. 
Fue el mayor de 5 hermanos, todos ellos varones. 
En 1939, a la edad de 14 años, se convirtió en la única fuente de ingresos de su familia, pues su padre, oficial del Ejército Republicano, fue enviado a prisión acusado del crimen de "lealtad al Gobierno legítimo de España". 
Manuel tuvo que madurar muy pronto como consecuencia de la pesada carga que sus circunstancias pusieron sobre sus hombros, y desde los 14 años a los 18 desempeñó diversos trabajos (aunque ya soñaba con emular las creaciones de los maestros del comic norteamericano, como Alex Raymon y Harold Foster) que fue encontrando en Albacete, ciudad donde residía la familia. 
En 1943 enfermó de tuberculosis, enfermedad muy habitual dadas la penurias de la época, y fue durante su convalecencia en un hospital cuando creó el personaje que más popularidad le dio, "El Guerrero del Antifaz". 
Aunque había colaborado ya en 2 editoriales de Barcelona, en esta ocasión envió su creación a la Editorial Valenciana, de Valencia. 
El editor estuvo reticente en principio a publicar el primer episodio de la serie, pero finalmente se decidió, y el éxito muy pronto fue rotundo. 

925.000 ejemplares vendidos a la semana
La publicación regular de los episodios comenzó en 1944, y pronto la tirada semanal llegó a alcanzar los 800.000 ejemplares, según dijeron personas que trabajaron en la editorial en aquella época, aunque hay quien da la cifra de 925.000 tebeos semanales sólo de esta serie. 
Mi padre empezó cobrando 300 pesetas por cuaderno semanal, así que hacemos cálculos de cual era la parte del editor, que siempre fue la parte del león voraz, y vemos: 800.000 ejemplares x 0,75 = 600.000 pesetas, semana tras semana. 
Calculemos por lo bajo y pongamos que el beneficio neto del editor, una vez pagada la confección y distribución del cuardenillo, era de 200.000 pesetas; así pues, y sólo hablamos de la serie "El guerrero del antifaz", el "justísimo" reparto semanal era de 300 pesetas para el artífice del éxito y 200.000 pesetas para quien tuvo la suerte de que "El guerrero del antifaz" fuera a parar a sus manos. 
¿Muy justo, verdad?. 
Bueno, pues alguien se dio cuenta de que el editor obtenía demasiados beneficios y el dibujante muy pocos, y el caso es que un año después las 300 pesetas pasaron a ser 600 ¡todo un hito en la ética comercial!. 

Juan Bautista Puerto Belda registra El Guerrero del Antifaz a su nombre
Visto por el editor que el éxito del "guerrero" seguía y seguía, en 1946, dos años después, registró a su nombre el personaje y su imagen, cogiendo un dibujo de mi padre, en la Propiedad Industrial, sin que el autor de la obra supiera nada al respecto; 
de hecho, con 21 años que tenía entonces, su ilusión prioritaria era poder reunir el suficiente dinero para seguir manteniendo a sus padres y hermanos, que seguían igual, y contraer él matrimonio.
No pensó en que él debería haber sido quien registrase a su personaje, realmente ningún dibujante lo hacía porque estas cuestiones eran desconocidas para los jóvenes creadores de tebeos que empezaron entonces siguiendo los pasos de mi padre, entre ellos mi tío Miguel Quesada. 

Así pues, en 1946 "El guerrero del antifaz" era ya propiedad de Don Juan Bautista Puerto Belda, el editor; 
el creador, fue simplemente el dibujante a las órdenes del editor, al que se podía dejar sin su personaje y sin trabajo en el momento en que al Sr. Puerto así le conviniese. 
Un año después, en 1947, se le ocurrió al editor dar un paso más, seguramente para que el registro indebidamente realizado por él quedase salvaguardado, y le ofreció a mi padre un contrato de trabajo permanente, con la condición de que trabajase exclusivamente para él; 
de las 600 pesetas por cuaderno se pasó a las deslumbrantes 1.200 que se ofrecían allí; 
vio mi padre así la posibilidad de casarse al año siguiente, y aceptó. 
Sugiero al lector que siga haciendo multplicaciones: los cuadernillos semanales costaban entonces 1,25 pesetas y la tirada seguía siendo 800.000 ejemplares o más. 
Me he centrado aquí en "El guerrero del antifaz", pero no era la única colección: ante el desmesurado éxito, había que explotar hasta el límite a la gallina de los huevos de oro, y en 1945 el editor sugurió al dibujante que hiciera más colecciones, ya que la editorial se las publicaría; 
creó entonces "Purk, el Hombre de Piedra", también con tirada semanal, y dos años después, en 1947, vio la luz de las depauperadas calles de España "El Pequeño Luchador", que se convirtió en el tercer éxito consecutivo de mi padre para esa empresa. 
Que el lector, si así lo desea, siga haciendo números. 
En 1948 mis padres contrajeron matrimonio, y Manuel Gago García se convirtió en el único productor económico para sus dos familias, la suya de origen y la que él formó con mi madre, Teresa Quesada.
 

Editorial Garga
En 1949, mi padre seguía atrapado en su obligación de suministrar dinero semanal a su familia de origen, y las cantidades habían de ser fuertes, pues se trataba de seis personas sin ingresos, aunque sus hermanos ya tenían edad de trabajar, pero se ve que no les gustaba lo que el mercado laboral ofrecía. 
Entonces fundó, a nombre de mi abuelo y con un socio capitalista, la Editorial Garga, que publicó cuatro colecciones, una de ellas "El Misterioso X", que dibujaba gratuitamente para Garga, eso sí, con el permiso del dueño de la Valenciana, ya que tenía un nefasto "contrato" de exclusividad.
Agradecido a su editor por su magnanimidad, Manuel Gago le escribía unas angustiadas misivas de agradecimiento, prometiéndole siempre esmerarse más. 
Aún así, la nueva editorial desapareció al año siguiente. 
Mientras, desde la Calle Calixto III, número 25, estos proyectos editoriales contrariaban al señor editor, y es entonces cuando decidió "perfeccionar" el contrato que dos años antes hizo firmar a mi padre. 
De nuevo apareció la táctica del palo y la zanahoria, siendo la zanahoria un aumento de 1.200 a 3.000 pesetas por cuaderno semanal, y siendo el palo el hecho de que obligaba a mi padre a cederle la propiedad literaria y artística de todo el trabajo realizado para la Editorial Valenciana hasta entonces, y de todo el trabajo que realizase en el futuro, quedando obligado a trabajar en exclusiva para ellos, por supuesto sin contrato laboral legal ni seguridad social. 
¿Me va siguiendo el lector? 
El editor, a cambio, se comprometía a "proporcionar trabajo continuando al Sr Gago, siempre que el mismo tuviese, a juicio del editor, la suficiente calidad y esmero". 
¿Qué le parece al lector esta claúsula? 
Quiere decir exactamente, para cualquier lector que haya pasado de sexto o séptimo de la Enseñanza Primaria, que el editor, con el simple hecho de decirle al dibujante "Señor Gago, esto no tiene suficiente calidad ni esmero, no se lo voy a publicar" tenía la puerta abierta para dejar sin trabajo a mi padre, incluso definitivamente, en el momento en que quisiera hacerlo. 
¿Esto es un contrato justo? 
¿Es justo lo que se contrató? 
¿Cómo puede tener algún valor hoy en día un papel tan vil como ese, después de tanto llenarse la boca los dirigentes de esta sociedad española tan moderna, de pomposas, aunque sin duda carentes de sentido, palabras y frase como "Ciudades de la Justicia", equidad en las cláusulas contractuales, justicia en las relaciones laborales... 
Bien, pues en base a ese desproporcionado y aberrante contrato, la audiencia provincial de valencia, a la que me niego a ponerle las mayúsculas que oficialmente le corresponden, nos ha desheredado a los hijos de Manuel Gago, para entregar oficialmente el fruto de los esfuerzos sobrehumanos de mi padre a los herederos del señor Puerto. 
¿Esto es Justicia? 
¿Qué mascarada es esta? 
Mi padre se veía obligado a trabajar 16 horas diarias pegado a su mesa de dibujo ¿cómo si no hubiera podido entregar cada sábado por la mañana, durante tantos años, 30 páginas completas, muchas veces de 9 viñetas cada página, más las cuidadas y esmeradas portadas de cada una de las colecciones? 
Y cada sábado, el mismo reparto "equitativo" de beneficios: Lo toma o lo deja, sus personajes son míos porque yo los he registrado. 
No he terminado todavía, pues puede imaginarse el lector los daños colaterales que esta situación causó a la familia establecida por él y mi madre en 1948, sobre todo cómo nos vimos afectados sus cinco hijos por una situación aberrante, en la que unos seres despiadados abusaron hasta la prematura muerte del hombre más grande que he conocido en esta vida. 
Nos dejó el 29 de diciembre de 1980, a la edad de 55 años, y mientras todavía les dibujaba a los Puerto las "Nuevas Aventuras del Guerrero del Antifaz" propiedad de la familia Puerto-Vañó ahora declarada oficialmente dicha propiedad por la audiencia provincial de valencia, en un alarde de "justicia". 
De todas formas, han pasado ya 25 años desde que mi padre falleciera, y los derechos de autor han revertido por ley de nuevo a sus herederos legítimos, por lo que los Puerto ya no los detentan, lo sepan ellos o no, que eso poco importa, pues el daño causado es irreparable, no tiene reparación ni en este mundo ni en el otro.
 

Sentencia
El día 22 de septiembre de 2005 tuvo lugar una audiencia en una Sala de Justicia de la llamada "Ciudad de la Justicia", de Valencia. 

En una vista que duró cinco horas, y a la que no asistió ningún miembro de la familia Puerto-Vañó, pero que estuvieron muy dignamente representados por su letrado Santiago Soler, y menos dignamente por otros dos letrados, lo cual honra a estos últimos, quedó vista para sentencia la demanda de anulación de marca "El guerrero del antifaz" que los herederos del autor habíamos planteado a través de la Vegap. 
Dos meses después, hubo una sentencia favorable para nosotros, pero los Puerto-Vañó la recurrieron, y el 9 de septiembre de 2006 me encontré en el periódico "Levante" el artículo que he publicado arriba. 
En la página anterior he escrito las características del contrato que mi padre firmó a petición de sus editores. 
He de decir que ningún dibujante de la época se veía obligado a firmar contrato alguno con su editor, por lo que siempre era libre de marcharse a otra editorial que les remunerase mejor; 
mi padre, en cambio, tuvo la mala fortuna de ser un filón de oro para los explotadores de su trabajo, y ello le resultó nefasto, pues al caer totalmente en manos de aquellos, tuvo que conformarse con los aumentos de emolumentos que el empresario decidía, y no con arreglo a la evolución natural del mercado como sucedía con los demás colegas de profesión; 
así, mientras un dibujante no atrapado, todos menos mi padre, consideraba que su trabajo estaba mal pagado, lo dejaba y se iba a otra editorial que lo valorase más. 
De esta forma, a mediados de los años 50 del siglo pasado, mi padre seguía con sus 3.000 pesetas por cuaderno, mientras que los otros dibujantes, sin necesidad de trabajar tantísimas horas, obtenían 7.000 por el único episodio semanal que realizaban de la colección en la que estuviesen trabajando. 
Esto repercutió en la calidad de los dibujos de mi padre, que habían de ser muy rápidos por necesidad; 
así, los demás dibujantes adquirieron prestigio entre los editores de Barcelona, que eran los que mejor remuneraban a sus colaboradores; mi padre jamás pudo lograr la perfección que Editorial Bruguera, o Toray, exigían, y como además permanecía atado por el nefasto contrato de exclusividad y pérdida de todos sus derechos firmado en 1949, perdió todas sus posibilidades de trabajar como él hubiese querido. 
De todas formas, en 1966, fecha el que al editor ya no le convino tener como colaborador a Manuel Gago pues las ventas de todas las publicaciones habían bajado a causa, por una parte, del endurecimiento de la Censura oficial del Régimen y su santa aliada la Iglesia, y por otro, de la aparición de la televisión, el editor cerró las puertas de su empresa a mi padre, se olvidó de que tenía un contrato, o bien, seguramente fue eso, a Manuel Gago se le había olvidado repentinamente eso de dibujar y el editor, que en esta época era uno de los hijos de D. Juan Bautista, seguramente le dijo: Señor Gago, sus dibujos no tienen ya nunca ni tendrán la suficiente calidad ni esmero, así que váyase y no vuelva a aparecer más por aquí. 
Así de fácil, pues ese era el espíritu de tan aberrante papelorio sujeto por unas viejas grapas de 1949. 
Por último quiero hacer dos apuntes a la sentencia de la audiencia provincial de valencia. 
Dicen los administradores de "justicia" que Manuel Gago consintió durante 34 años de colaboración con la Valenciana que esa situación se perpetuase, y que nunca intentó explotar él mismo su trabajo. 
Dicen que 3.000 pesetas eran una cantidad importante para la época, pero no dicen nada de que 300.000 limpias para el editor cada semana, por una sola colección, era una cantidad desproporcionada y astronómica, un reparto radicalmente injusto. 
Dice también que había que registrar la marca bajo pena de multa, (lo que es falso) y que por eso la registró quien ya tenía cedidos los derechos a explotarla. 
¡Señores administradores de la justicia, sobre este último punto: 
¿No han caído ustedes en la cuenta de que primero el editor registró a su nombre el personaje, y después obtuvo la cesión de los mismos imponiendo esos gastados papeles a los que ustedes han dado el nombre de contrato, y no a la inversa? 
Vamos, es una mascarada increíble, que dice mucho de ustedes, señores. 
La escena más dura que tuvo lugar alrededor de esos derechos de autor tan maltratados, tuvo lugar en febrero de 1980; 
una empresa cinematográfica, la Globe Films, había ofrecido a mi padre un contrato para llevar a la pantalla "El guerrero del antifaz", y Manuel Gago, que nunca creyó que había cedido sus derechos con unos papeles de los que ya ni se acordaba, viajó a Madrid, firmó el contrato y recibió un cheque como anticipo;
aún no había salido de Madrid para regresar a Valencia cuando recibió la llamada del gerente de Edival (ese era entonces el nombre de la Editorial Valenciana), que le dijo: "usted no puede firmar ese contrato porque nosotros tenemos registrado al personaje". 
Estas fueron las palabras que pronunció mi padre cuando regresó a casa rendido de ese viaje, y acto seguido cayó abatido en un viejo sillón de plástico rojo que había en el modestísimo salón de nuestro domicilio en la calle de Pintor Stolz; 
Se hallaba dibujando episodios de "Nuevas Aventuras del Guerrero del Antifaz", para la Valenciana, a la que había convenido retomar al personaje a finales de 1978. 
Ni siquiera entonces fue posible ir al Juzgado a entablar un pleito, pues la mitad de los modestos ingresos mensuales de mi padre procedían de Edival, y dependía de ellos. 
Unos meses después, el día 29 de febrero de 1980, falleció en Valencia a los 55 años de edad. 
Seguro que trabajó mucho más de lo que tenía que haber trabajado, y seguro que sufrió mucho más de lo que tenía que haber sufrido, y eso sin duda le paso pronta factura. 
Al mes siguiente, el editor lanzó una reedición completa del guerrero, que hipócritamente presentó como "Homenaje a Manuel Gago". 
Aquí doy por finalizada esta terrible historia, aunque realmente no terminó aquí. 
Personalmente, los daños causados a mi padre, y los daños causados a mí como repercusión a causa del tiempo que mi padre no pudo dedicarme en mi niñez pues tenía que forrar de millones a sus explotadores, no tienen perdón ni compensación, ni en este mundo ni en el que vendrá después de éste. 
Pienso que es suficiente con lo que he relatado.
Manuel Gago Quesada, Paterna, 16 de septiembre de 2006