Pedro García Aznar, por Antón Castro (Heraldo)

Artículo de Antón Castro sobre Pedro García Aznar:
Pedro García Aznar (Zaragoza, 1924) tiene en su casa un estudio lleno de dibujos, bocetos, fotos, recuerdos y muchos óleos. Sigue pintando a los 81 años, y alterna dos registros: una serie de estampas muy cotidianas de “abuelos como yo” y otra de exuberantes mujeres que son guerreras, Evas o indómitas amazonas que conviven con la espada, el caballo y el tigre.
“He hecho casi de todo -dice-. En una ocasión, a la luz de albaranes, bocetos y copias de trabajos que conservo, calculé que habría realizado más de 130.000 dibujos: desde tarjetas de felicitación del cartero hasta máquinas de todo tipo, desde ilustraciones para alrededor de un centenar de libros hasta las caricaturas de futbolistas para el “Dinámico”, catálogos de imprenta, carteles o publicidad. Yo estoy contra el diseño, pero soy dibujante y rotulista, y he hecho eso que ahora suena tan bien: diseño. Me inventaba la presentación de una caja, el diseño, las tipografías. En mis tiempos, quien no sabía rotular no tenía trabajo”. Extrae algunas de sus obras más sorprendentes, suavizadas con aerógrafo en el repaso definitivo, y revela: “¿Qué por qué pinto mujeres desnudas con esos pechos? Me dio por ahí. Vi un día los libros de mujeres de Luis Royo, y me gustaron mucho. Me dije: ‘¿Por qué no hago yo eso también con un poco de fantasía?’. Me permiten soñar, crear historias, ponerles títulos. Y ahora soy muy amigo de Luis Royo”.
Dibujante por vocación
La historia de Pedro García Aznar comenzó en Zaragoza en 1924. Pronto sintió la llamada del dibujo a través de los tebeos, evoca los inevitables “Flechas y pelayos”, y anunció, pintando en cualquier papel, que quería ser dibujante. Su madre, conservadora, había soñado para él la profesión de militar y le decía: “¿De eso vas a comer? Te vas a morir de hambre como los poetas y los escritores”. Una oposición tan frontal, que también hallaba cierta complicidad en su padre, sólo le servía de acicate: cada día quería dibujar más y mejor. Aunque pronto dejaría el colegio, estudió algún tiempo en la Escuela de Artes, donde tuvo como profesores a los hermanos Albareda y al escultor Félix Burriel.
“Félix Burriel tenía muy mal genio, pero conmigo era muy bueno. Me corregía lo que estaba mal sin aspereza. Recuerdo que al final también matriculé a mi hermano Luciano en la Escuela, pero él era maravilloso con los números y nefasto para las líneas. Un día, Burriel me enseñó uno de sus dibujos y me dijo: ‘Pedro: esto no es un dibujo, es una carbonería. ¿Por qué no le dices que se vaya? Es una lástima que se desperdicie así un tablero de dibujo’. Yo estuve poco tiempo en la Escuela porque me aburría de copiar reproducciones de yeso al carboncillo”.
A los trece años, “entonces todo el mundo trabajaba”, ingresó en la imprenta San Jorge, más tarde en Benito Galve. En aquellos días arrastraba pesos y carros de mano, las ruedas se le hundían en la nieve en los crudos inviernos. Se recuerda por las calles, con la tripa vacía y el frío pegado a los huesos y con un periódico que hacía de improvisado jersei. Por aquellos días, también “colaboraba con el señor Velázquez de HERALDO”, y posteriormente se incorporó a Publicidad Suma, donde coincidió con el conocido dibujante Teodoro Pérez Bordetas.
Los fondos y las pesadillas
“Creo que le estoy hablando de 1946. Allí estaba muy bien, pero me pagaban muy mal, y tuve que dejarlo. Continué con mi cambio de empleo y, por fin, empecé a trabajar en Luz y Arte, la sociedad de Florencio Royo y Miguel Embid, que ha sido mi empresa más estable hasta la jubilación”.
Por aquellos días, había entrado en contacto con Manuel Bayo Marín y con otros artistas y profesionales del dibujo: Guillermo Pérez Baylo, Alberto Duce, Pelayo, Belmi, Ángel Lalinde, Luis Mata, o periodistas como Marcial Buj “Chas”. Se especializó en el dominio del aerógrafo e invertía diez o doce horas al día; podía estar alguna semana sin bajar a la calle. “El estrés es anterior al teléfono móvil y al ordenador. He trabajado mucho. El aerógrafo es una pistola industrial: exige pulso y precisión, dar la pintura deprisa y sin descuidarte, y controlar. Nadie quería trabajar con él porque resultaba antipático. Yo tengo con el aerógrafo una relación de amor y odio”.
Pedro dibujaba con auténtico denuedo. Casi siempre en su casa. Al principio cobraba diez o quince pesetas por obra. Y participaba en un mítico partido en el campo de Escoriaza entre dibujantes y pintores. Hacía dibujos de máquinas, encabezamientos decorativos de cartas, cajas de galletas o de pastas. A nada le hacía ascos. Recuerda: “Cuando entré en Luz y Arte me dijeron: ‘Si quieres y cumples tendrás todo el trabajo que puedas hacer’. Apenas disfruté de vacaciones. Mi mujer, Concepción Correas, tuvo varios abortos y nos quedamos sin hijos. Me volqué tanto que aún hoy tengo pesadillas: me parece que no entrego un trabajo a tiempo. Y eso, en el sueño, me resulta angustioso. No he frecuentado mucho las tertulias, aunque tenía amigos como el pintor José Cerdá, el dibujante Luis Germán, el cartelista de cine Andrés Puch. Y otros muchos. A mí me ilusionaba dibujar de cabeza, pero tenías que documentarte. He aprendido que no hay que recargar los fondos porque distraen la vista”.
En 1968, Pedro García Aznar empezó a colaborar con Edelvives, para quien ha hecho casi un centenar de libros. Alternó durante 20 años la editorial y Luz y Arte. Se jubiló en 1988. Le gusta recordar que un día un ingeniero le exigió un detalle más a un dibujo. Pedro le dijo: “Tienes razón. Ahora lo arreglaré”. Al cabo de unos minutos, se lo devolvió, y el otro contestó: “Ves, ahora está perfecto”. “Tan perfecto como antes porque no lo había tocado”.
*La obra que aquí podemos ver no es de Pedro García Aznar, es de su amigo y admirado Luis Royo. Ese mundo femenino, fantástico y narrativo, le interesa mucho a nuestro invitado de hoy.
Este artículo apareció el pasado domingo en el suplemento de "Heraldo de Aragón", Hoy Domingo, que coordinan Victoria Martínez y Sergio del Molino, dos estupendos periodistas.