En esto de escribir sobre tebeos, cómics, historietas, manga, novelas gráficas o como bien se tenga a denominar esta afición patológica a las viñetas que tenemos, existe una cierta coincidencia en dirigirse de forma inconsciente a un aficionado curtidillo ya en estos temas.
La cosa tiene fácil explicación: sabedores de que los que compartimos amor por el noveno arte no somos precisamente una nutrida legión, escribimos casi en clave pensando que aquello que dejemos en negro sobre blanco será sólo accesible a unos pocos iniciados que, con casi toda seguridad, podemos enumerar con nombre, apellidos y gustos.
En estos tiempos de redes sociales con miles de amigos, los adictos al tebeo nos sentimos un poco desclasados, acostumbrados a contar los compañeros con los dedos de una mano.
Pero mire usted por dónde, llegó la ansiada “normalización”.
Ya sea por las películas que llevaban las bien conocidas series de tebeos a la gran pantalla, porque lo de “novela gráfica” suena mejor y más serio, porque hay un premio nacional o porque, simplemente, tocaba, leer un tebeo en el metro ha dejado de ser causa de que se cambien de asiento las abuelitas para convertirse en algo tan común (déjenme la hipérbola, nos entendemos) como leer el Marca. Nuestra afición llena las páginas de los periódicos y revistas e incluso en alguna televisión se atreven a entrevistar a autores de historieta cual estrella mediática.
Y, en esas, los que escribimos sobre tebeos nos encontramos huerfanitos.
Hay que escribir pensando en que el que nos lee no sabe de tebeos pero tiene interés y ganas de conocer ese mundo hasta ahora ignoto que presentan las viñetas.
Ya no vale el guiño y el codazo del “tú ya sabes”, hay que documentarse y contagiar la pasión por leer tebeos a quienes hasta ahora no la tenían.
Casi nada, oigan.
Afortunadamente, gente como Juan Royo lleva tiempo haciendo camino en ese difícil arte de divulgar tebeos, traducido en proselitismo del bueno a base de comunicar el amor por la historieta. Los artículos que recopila este libro son ese camino, surcado por medios donde informar y divulgar el tebeo era ser el bicho “raro” para ahora descubrir que lo que contaba el bueno de Juan no eran simples palabras, era el pasaporte para un arte, una cultura, un medio de expresión maravilloso, la historieta.
Déjense acompañar por él.
Vale la pena.
Álvaro Pons
La cosa tiene fácil explicación: sabedores de que los que compartimos amor por el noveno arte no somos precisamente una nutrida legión, escribimos casi en clave pensando que aquello que dejemos en negro sobre blanco será sólo accesible a unos pocos iniciados que, con casi toda seguridad, podemos enumerar con nombre, apellidos y gustos.
En estos tiempos de redes sociales con miles de amigos, los adictos al tebeo nos sentimos un poco desclasados, acostumbrados a contar los compañeros con los dedos de una mano.
Pero mire usted por dónde, llegó la ansiada “normalización”.
Ya sea por las películas que llevaban las bien conocidas series de tebeos a la gran pantalla, porque lo de “novela gráfica” suena mejor y más serio, porque hay un premio nacional o porque, simplemente, tocaba, leer un tebeo en el metro ha dejado de ser causa de que se cambien de asiento las abuelitas para convertirse en algo tan común (déjenme la hipérbola, nos entendemos) como leer el Marca. Nuestra afición llena las páginas de los periódicos y revistas e incluso en alguna televisión se atreven a entrevistar a autores de historieta cual estrella mediática.
Y, en esas, los que escribimos sobre tebeos nos encontramos huerfanitos.
Hay que escribir pensando en que el que nos lee no sabe de tebeos pero tiene interés y ganas de conocer ese mundo hasta ahora ignoto que presentan las viñetas.
Ya no vale el guiño y el codazo del “tú ya sabes”, hay que documentarse y contagiar la pasión por leer tebeos a quienes hasta ahora no la tenían.
Casi nada, oigan.
Afortunadamente, gente como Juan Royo lleva tiempo haciendo camino en ese difícil arte de divulgar tebeos, traducido en proselitismo del bueno a base de comunicar el amor por la historieta. Los artículos que recopila este libro son ese camino, surcado por medios donde informar y divulgar el tebeo era ser el bicho “raro” para ahora descubrir que lo que contaba el bueno de Juan no eran simples palabras, era el pasaporte para un arte, una cultura, un medio de expresión maravilloso, la historieta.
Déjense acompañar por él.
Vale la pena.
Álvaro Pons