Hay un pueblo en España, noble y fuerte,
que, con ardor luchando en el combate,
sabe arrostrar, intrépido, la muerte.
Pueblo que no se humilla ni se abate,
si en aras de la patria independencia
su corazón, entusiasmado, late.
Pueblo que, del tirano a la presencia,
clamando ¡LIBERTAD! se alza y fulmina
De sus bélicos rayos la violencia.
Pueblo que al invasor fiero abomina,
que a morir o vencer va decidido,
Y vence o muere, con ardor gigante.
Pueblo leal, bizarro, enardecido,
que, si adversa le fuere la fortuna,
muerto caer, pero jamas vencido!...
Tal pueblo es Aragón, excelsa cuna
de tantos y tan ínclitos varones:
Servet, Lanuza, y Argensola, y Luna...
Aragón, que su gloria y sus blasones
llevó triunfante de Occidente a Oriente,
causando admiración a las naciones.
Que en alas de su espíritu vehemente,
dilató de su imperio los confines,
mostrando ser audaz y armipotente.
Que sembrando el terror en los muslines,
Llevó a Mallorca las sangrientas barras
defendidas por nobles paladines.
Que libertó a Valencia de las garras
del altanero musulmán, logrando
lauro inmortal de su victoria en arras.
Que a sus reyes se impuso, altivo, cuando,
por precio de su honrado vasallaje,
exigió condiciones para el mando.
Que por guardar sus fueros sin ultraje,
se alzó contra un tirano en faz de guerra,
negándole la ley del homenaje.
¡Que con su sangre inundará la tierra,
vertiéndola en torrentes, si algún día
yugo potente a su poder lo aferra!...
Ese pueblo, modelo de hidalguía,
sintióse hollado de extranjera planta
que sus fértiles campos invadía.
Y a luchar se aprestó con ira santa,
y asombro fue del Universo entero
tan sublime valor, grandeza tanta.
Y a las huestes del ínclito guerrero
vencedor de Austerlitz, Wagran y Jena,
hizo pagar su proceder artero.
Quien tremoló triunfante desde el Sena
hasta el remoto Egipto, sus pendones,
y el ancho mundo con su gloria llena,
Vio estrellase el poder de sus legiones
contra la fe y valor aragoneses,
rémoras de sus locas ambiciones.
A Bonaparte, intrépidos, retaron,
con arrojo terrible combatieron,
y tres veces el sitio rechazaron.
Su Santa independencia defendieron
los hijos de Aragón, y en sus altares
de la existencia el sacrificio hicieron...
Realizaron hazañas por millares,
que fueron los cimientos de su gloria,
por defender su patria y sus hogares.
Ajeno de rencor, abro la historia,
todo lo grande admiración merece,
y enaltecer debemos su memoria.
Que acaso nuestro espíritu enardece
del ayer la oportuna remembranza,
hoy que la patria, sin luchar, perece.
Hoy que, sin fe, perdida la esperanza,
falto de base, su poder vacila,
mientras osado el enemigo avanza...
Mas no hay cuidado, que Aragón vigila,
y en brazos de su amor y su nobleza,
puede la patria reposar tranquila.
Nadie abatir podrá tanta grandeza,
ni con leyes inicuas amenguarla,
ni empañar de su gloria la pureza.
Que Aragón se alzará para salvarla,
si otra vez el cañón fiero retumba,
con el insano fin de esclavizarla.
Y si alguno pretende que sucumba,
sufrirá su ambición castigo duro,
¡y en cada hogar encontrará una tumba,
y en cada pecho aragonés un muro!...
Publicado en: "Nuevo Mundo", Año IX, núm. 434. 30 abril de 1902, por Luis Falcato
que, con ardor luchando en el combate,
sabe arrostrar, intrépido, la muerte.
Pueblo que no se humilla ni se abate,
si en aras de la patria independencia
su corazón, entusiasmado, late.
Pueblo que, del tirano a la presencia,
clamando ¡LIBERTAD! se alza y fulmina
De sus bélicos rayos la violencia.
Pueblo que al invasor fiero abomina,
que a morir o vencer va decidido,
Y vence o muere, con ardor gigante.
Pueblo leal, bizarro, enardecido,
que, si adversa le fuere la fortuna,
muerto caer, pero jamas vencido!...
Tal pueblo es Aragón, excelsa cuna
de tantos y tan ínclitos varones:
Servet, Lanuza, y Argensola, y Luna...
Aragón, que su gloria y sus blasones
llevó triunfante de Occidente a Oriente,
causando admiración a las naciones.
Que en alas de su espíritu vehemente,
dilató de su imperio los confines,
mostrando ser audaz y armipotente.
Que sembrando el terror en los muslines,
Llevó a Mallorca las sangrientas barras
defendidas por nobles paladines.
Que libertó a Valencia de las garras
del altanero musulmán, logrando
lauro inmortal de su victoria en arras.
Que a sus reyes se impuso, altivo, cuando,
por precio de su honrado vasallaje,
exigió condiciones para el mando.
Que por guardar sus fueros sin ultraje,
se alzó contra un tirano en faz de guerra,
negándole la ley del homenaje.
¡Que con su sangre inundará la tierra,
vertiéndola en torrentes, si algún día
yugo potente a su poder lo aferra!...
Ese pueblo, modelo de hidalguía,
sintióse hollado de extranjera planta
que sus fértiles campos invadía.
Y a luchar se aprestó con ira santa,
y asombro fue del Universo entero
tan sublime valor, grandeza tanta.
Y a las huestes del ínclito guerrero
vencedor de Austerlitz, Wagran y Jena,
hizo pagar su proceder artero.
Quien tremoló triunfante desde el Sena
hasta el remoto Egipto, sus pendones,
y el ancho mundo con su gloria llena,
Vio estrellase el poder de sus legiones
contra la fe y valor aragoneses,
rémoras de sus locas ambiciones.
A Bonaparte, intrépidos, retaron,
con arrojo terrible combatieron,
y tres veces el sitio rechazaron.
Su Santa independencia defendieron
los hijos de Aragón, y en sus altares
de la existencia el sacrificio hicieron...
Realizaron hazañas por millares,
que fueron los cimientos de su gloria,
por defender su patria y sus hogares.
Ajeno de rencor, abro la historia,
todo lo grande admiración merece,
y enaltecer debemos su memoria.
Que acaso nuestro espíritu enardece
del ayer la oportuna remembranza,
hoy que la patria, sin luchar, perece.
Hoy que, sin fe, perdida la esperanza,
falto de base, su poder vacila,
mientras osado el enemigo avanza...
Mas no hay cuidado, que Aragón vigila,
y en brazos de su amor y su nobleza,
puede la patria reposar tranquila.
Nadie abatir podrá tanta grandeza,
ni con leyes inicuas amenguarla,
ni empañar de su gloria la pureza.
Que Aragón se alzará para salvarla,
si otra vez el cañón fiero retumba,
con el insano fin de esclavizarla.
Y si alguno pretende que sucumba,
sufrirá su ambición castigo duro,
¡y en cada hogar encontrará una tumba,
y en cada pecho aragonés un muro!...
Publicado en: "Nuevo Mundo", Año IX, núm. 434. 30 abril de 1902, por Luis Falcato