La galería madrileña Antonio de Suñer acoge la exposición "Las Estaciones" del pintor Francisco Menéndez-Morán, que estará abierta al público hasta el 17 de mayo.
La formación en la Facultad de Bellas Artes de Madrid marcó la carrera de Menéndez-Morán. Sigue fiel a la figuración.
Así lo manifiesta la exposición que presenta en la Galería Antonio de Suñer. Sus Estaciones, tanto del tiempo como de la vida, son una sinfonía de luces atrapadas en el discurrir de las épocas, de las temporadas; siempre con un paisaje de referencia, cada cuadro atrapa un momento distinto que marca el paso del tiempo. Su oficio se muestra excelente. Ya cosechó éxitos, como el Premio Carlos de Haes, en 1989, en cuyo jurado figuraba Antonio López, maestro del que no se olvida. Por eso su propuesta es minuciosa, trabajada pincelada a pincelada hasta lograr unas superficies llenas de matices.
Hace veinte años que críticos como Juan Manuel Bonet decían de Menéndez-Morán que heredaba a Corot, a Balthus o a los italianos del Novecento. Hoy incrementarían esa herencia con Hopper o Rothko, porque el pintor ha ido más allá y ha desarrollado unos lienzos que evocan la soledad en el paisaje (Estío en el paisaje de Santa María o La primavera en el paisaje de Santa María), la placidez de unos personajes que toman el sol en una terraza (Luz de verano o Terraza en primavera), o una experiencia mística cuando se centra en una parte del entorno para llegar a cierto toque de abstracción, sin abandonar su meticulosidad realista (Primavera con cielo rosa o Bruma de verano). Pura metafísica.
Siempre atento al paso de las estaciones, que modifican los colores del paisaje, Menéndez-Morán introduce con preciosismo elementos que dan otra vida a sus cuadros, una dimensión más cercana. En Quema de rastrojos surcan los ocres unas hileras de humo que tiñen de poética el panorama. Pero, además, reflexiona sobre el abandono, sobre el efecto que produce el descuido. Su Estación a ninguna parte es de un lirismo inquietante.
Sus formatos van desde los pequeños estudios, íntimos e idílicos, como Cielo azul, que mide 24 por 33 cm., hasta piezas de dos metros de alto por dos de ancho, como en el magnífico El Pórtico, un cuadro en el que el tiempo atrapado desde el siglo XIII se manifiesta minuto a minuto, inalterable, con una presencia que las centurias no han logrado enterrar. Es un espacio invariable y presente, ajeno a la corrosión propia de su nacimiento en el románico tardío. La maestría de Menéndez-Morán lo ha embalsamado para presentarlo ahora en todo su esplendor.
Francisco Menéndez-Morán "Las Estaciones" Hasta el 17 de mayo
Galería Antonio de Suñer C/ Barquillo, 43
28004 Madrid
La formación en la Facultad de Bellas Artes de Madrid marcó la carrera de Menéndez-Morán. Sigue fiel a la figuración.
Así lo manifiesta la exposición que presenta en la Galería Antonio de Suñer. Sus Estaciones, tanto del tiempo como de la vida, son una sinfonía de luces atrapadas en el discurrir de las épocas, de las temporadas; siempre con un paisaje de referencia, cada cuadro atrapa un momento distinto que marca el paso del tiempo. Su oficio se muestra excelente. Ya cosechó éxitos, como el Premio Carlos de Haes, en 1989, en cuyo jurado figuraba Antonio López, maestro del que no se olvida. Por eso su propuesta es minuciosa, trabajada pincelada a pincelada hasta lograr unas superficies llenas de matices.
Hace veinte años que críticos como Juan Manuel Bonet decían de Menéndez-Morán que heredaba a Corot, a Balthus o a los italianos del Novecento. Hoy incrementarían esa herencia con Hopper o Rothko, porque el pintor ha ido más allá y ha desarrollado unos lienzos que evocan la soledad en el paisaje (Estío en el paisaje de Santa María o La primavera en el paisaje de Santa María), la placidez de unos personajes que toman el sol en una terraza (Luz de verano o Terraza en primavera), o una experiencia mística cuando se centra en una parte del entorno para llegar a cierto toque de abstracción, sin abandonar su meticulosidad realista (Primavera con cielo rosa o Bruma de verano). Pura metafísica.
Siempre atento al paso de las estaciones, que modifican los colores del paisaje, Menéndez-Morán introduce con preciosismo elementos que dan otra vida a sus cuadros, una dimensión más cercana. En Quema de rastrojos surcan los ocres unas hileras de humo que tiñen de poética el panorama. Pero, además, reflexiona sobre el abandono, sobre el efecto que produce el descuido. Su Estación a ninguna parte es de un lirismo inquietante.
Sus formatos van desde los pequeños estudios, íntimos e idílicos, como Cielo azul, que mide 24 por 33 cm., hasta piezas de dos metros de alto por dos de ancho, como en el magnífico El Pórtico, un cuadro en el que el tiempo atrapado desde el siglo XIII se manifiesta minuto a minuto, inalterable, con una presencia que las centurias no han logrado enterrar. Es un espacio invariable y presente, ajeno a la corrosión propia de su nacimiento en el románico tardío. La maestría de Menéndez-Morán lo ha embalsamado para presentarlo ahora en todo su esplendor.
Francisco Menéndez-Morán "Las Estaciones" Hasta el 17 de mayo
Galería Antonio de Suñer C/ Barquillo, 43
28004 Madrid