Born Again (Frank Miller y David Mazzucchelli, Panini, 2010) |
En el mundo del cómic es habitual la confrontación entre el Bien y el Mal personalizada en superhéroes y villanos.
Ambos rivalizan en superpoderes y, a pesar que los malvados suelen ser más poderosos (física y/o intelectualmente), los buenos acaban venciendo gracias a su pericia o simplemente a la fortuna. Solo en una ocasión un superhéroe estuvo a punto de ser derrotado.
Matt Murdock era un adolescente cuando un accidente le dejó ciego.
Su fuerza de voluntad le llevó a desarrollar el resto de los sentidos así como a esculpir su cuerpo y su mente con entrenamiento y estudio.
Por la noche se convertirá en el superhéroe Daredevil, el terror de los bajos fondos.
Por el día, en el abogado de las causas justas desde su despacho en la Cocina del Infierno (Hell's Kitchen), el conflictivo barrio de Manhattan, en Nueva York.
Su némesis es Kingpin, que detrás de su alter ego como el oscuro empresario Wilson Fisk, controla el monopolio de la Mafia de la Costa Este.
Solo en una ocasión Kingpin estuvo a punto de destruir a Daredevil.
Sucedió en Born Again (Frank Miller y David Mazzucchelli, Panini, 2010) y el arma utilizada fue la más mortífera de todas: la corrupción de banqueros, policías, periodistas, políticos, empresarios e incluso de amigos de nuestro héroe.
Tras el paro, la corrupción es el segundo problema más grave para los españoles, según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) realizado del 2 al 13 de septiembre, a partir de 2.444 entrevistas en 239 municipios.
Y subiendo.
La magnitud de la cuestión desborda cualquier intento de solución sin un exhaustivo análisis.
La corrupción, definida como la utilización del cargo en interés propio del funcionario, no afecta solo al sector público. Para que haya un corrupto debe haber un corruptor.
El sector privado se ha hecho un hueco en este tipo de delito.
La corrupción también se cuela también en las conductas entre particulares.
Tan solo como muestra, la del último escándalo.
Las tristemente famosas tarjetas opacas de miembros del Consejo de Administración y de la comisión de control (menuda ironía) de una caja de ahorros intervenida, cuyos cargos se convertían por arte de birlibirloque en "errores del servidor informático", una cuenta contable que justificaba los “desajustes técnicos” provenientes del presunto latrocinio.
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